El Seta
Me llamo
Silvestre, Silvestre Molero Pisabarro, de Altobar de la Encomienda, provincia
de León, aunque todos me llaman Silve “el mudo”. Tengo 58 años. Mi memoria ya
no es lo que era...
Al calor de
la lumbre, una vez recogido el rebaño de merinas, las “condesas” del Conde de
la Oliva, pastores, zagales, caballerías, mastines y careas descansando, escribo
presurosa, casi compulsivamente estas líneas.
Al fondo, en
la penumbra del ocaso, aún se divisan las dos torres del Palacio de Doña
Catalina, rematadas por tejadillos, pináculos y una especie de garitas. Rodeado
por la dehesa del mismo nombre, o “las tierras del Conde” como también se la
conoce, está ubicada al norte de Trujillo. Los pastos de invernada.
Al calor de
la lumbre, en el silencio de la dehesa rememoro los acontecimientos de los últimos
años, que han supuesto un vuelco total en mi vida.
Acontecimientos
larvados durante años y ahora desencadenados al fin por el proceso de
concentración parcelaria efectuado en el pueblo, detonante de los hechos que me
propongo relatar y que supuso para los vecinos un estado de enfrentamiento solo
superado por los sucesos de la Guerra Civil de 1936.
Silvestre Molero Pisabarro.
Dehesa de Doña Catalina.
Trujillo (Cáceres), invierno de 1976.